Púrpura de invierno





Mi cuerpo me había dejado de serlo,
yo era de él un mediocre alter ego
y su mente no paraba de rodar
por una pendiente ya transitada hace muchísimo tiempo.
Al notar su angustia (una bola creciente en su garganta)
lo agarré por el cuello
y lo aventé fuerte contra el mueble.
Imperceptiblemente aturdido
desembaracé la mochila
cayeron mis libros, mi diario
y el aguinaldo, una botella de púrpura vino
que enloqueció
o tal vez fueron mis manos, que ya estaban enloquecidas.
Los cristales salieron disparados y rozaron mis tobillos
el vino degradó las letras que pudo
de las palabras que escribo
a partir de mi entendimiento:
representaciones espectrales
que logran materia en la tinta de una pluma,
necesidad íntima de contármelo todo.
Los versos con los que iniciaba cada hoja
se aunaron con el licor que nunca embriagó,
las hojas de Altazor se hincharon
dejó de ser un libro que olía a imprenta
y pasó a ser un libro enfermo 
con síntomas que fácilmente predecían la muerte, 
aun así, lo conservo
todavía se distinguen sus palabras,
me place leer sobre la experiencia.
Traía del día, catorce horas de trabajo
me aplastaban como toda la humanidad sobre mi espalda
solté unas lágrimas sin pena, admiraba lo acontecido, el escenario del crimen 
consciente que nadie llegaría a levantar el cadáver
esperando el desenlace del sentido.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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