Ayer por la noche no podía salir de la cama. Había estado acostado toda la tarde sin hacer nada. El cielo oscurecía y no quería quedarme así el resto de la noche. Necesitaba salir de casa. No me apetecía quedarme, pero no era fácil tomar una decisión. No había un plan concreto para hacer, más que lo mismo que hice anteayer, ir a la Culata o al Cangrejo Cultural.
Claudicaba mi disposición de desanclarme de la cama. Era una depresión lo que me estaba inmovilizando. Sonó mi teléfono, era Jorge Velasco, inmediatamente contesté la llamada Habla ñaño, qué hay, Aquí loco un chance bajoneado, ¿sabes si hay algo?, Ni idea broder, supongo que alguna huevada habrá en el Cangrejo, De ley que sí, pero esa joda ayer me dejó chiro broder, La plena ñaño, yo también ando lázaro, pero salgamos, vamos a ver si el Freddy nos fía, ahí también cae el Chino Jaime con Amaury, Pero venme a buscar, Bacán, pilas que te caigo ahora, No, ahora no, cae en una hora que no estoy listo todavía, De una.
De repente, había surgido algo. Mi corazón se iluminó, era un lampírido encerrado en mi pecho. Me sentía existente y tangible, cualidades inherentes a la seducción decadente, la que he alardeado estas últimas noches. Si bien había conseguido salir del letargo, me quedaban aún síntomas del anclaje. Fui al baño y me despojé de todo lo que llevaba puesto. Entré a la ducha. Aunque el clima marcaba treinta grados, puse el agua caliente, no estaba dispuesto a sufrir la mínima sensación de frío. Me relajé, dejé que el agua fluya por todo mi cuerpo y que el agua caliente destense las contracturas que tenía en la espalda. Salí de la ducha. Un hilo de aire que había entrado por la claraboya daba giros como una serpentina invisible dentro del baño. El aire cayó sobre mi espalda y temblé. Desnudo con el cuerpo y el cabello mojado me vi en el espejo de frente, de lado, de espalda. Me estiré con los brazos alzados hacia el techo para corregir la joroba. Me veía delgado pero confiado en que esa delgadez resultaría atractiva, entonces empezó a abrirse mi alter ego. Esta noche voy a darlo todo, pensé en voz alta.
Cuando mi alter ego me abarca, me sucede una bioluminiscencia como la del plancton, pero mil veces más. Algunos vecinos comentan sobre “una luz extraña” que se dispara por la claraboya del baño y por la ventana de mi dormitorio. En realidad no sé qué es exactamente lo que se comenta al respecto, pero no me interesa en absoluto.
El día que descubrí este otro yo, brotó de mí como si fuera él una planta y yo la tierra, él era un ser totalmente blanco. Yo no sabía qué hacer, era alucinante, crecía deslumbrante desde mi pecho. La primera vez que coincidimos, mi madre intentaba castigarme porque mi profesor le había enviado una nota. Ella se puso histérica. La sensación de pánico me propulsó hacia un escondite, debajo de la cama. Durante los primeros días nunca me atreví a acercármele, pero en aquel momento que veía venir los escobazos, vi en él un lugar seguro donde nunca llegarían esos golpes. Me aventé dentro de él, los golpes desaparecieron.
Él me salvaba a cambio que yo le permita existir, eso fue un convenio al cual llegamos sin necesidad de entendernos con palabras. Él no es un ente físico o humanoide con que se pueda uno comunicar con la lengua. El acuerdo yo lo asumí en cuanto me veía beneficiado. Los golpes no dejaban de caer sobre mí, lo necesité cada vez más que nunca.
Él era amplio, su cielo era una atmosfera blanca infinita donde podría envejecer andando hacia una sola dirección. Luego no siempre fue así. Justo cuando dejé de tener aspecto pueril, mi sexualidad fue usufructuada. Al principio no lo noté, pero en cada ocasión que intentaba enamorar en mis primeras experiencias románticas, me dolía el pecho. Por ser un dolor, decidí entrar y noté que en su suelo, también blanco, brotaban unos pequeños promontorios de distintos colores, eran sienas, cobaltos y bermellones.
En ese mismo tiempo, en el cumpleaños de una prima, me sucedió algo que me dejaba mucho más claro lo que mi otro ser quería de mí. Iba a la fiesta con mucha ilusión porque estaba enamorado de una compañera suya del colegio, muchas veces antes de dormir imaginaba que ella era mi almohada y yo dormía con la almohada changada con los brazos y con las piernas. La invité a bailar y me dijo que no, sentí vergüenza.
Era inseguro de mí mismo. Me sentía por debajo de cinco estereotipos de hombres, uno mejor que otro en niveles, según cómo puedan permitirse financiar su apariencia. Exactamente tenía catorce años y no me llegaba el desarrollo. Tenía el genital en plena floración. Me había crecido el bozo en las esquinas sobre el labio superior. Mi voz desde los diez años no había cambiado significativamente y seguía así. Me vestía sin un estilo definido, vestía fatal, no dominaba la combinación de los colores ni la combinación de los estilos, vestía con malas imitaciones de marcas reconocidas. Aparte de lo aparente, tampoco tenía un tema de conversación, más que del futbol local y conocimientos aprendidos en el barrio que en ese momento no sabía cómo hacerlos atractivos. El sol me había quemado más de la cuenta, parecía un vietnamita, que vaya por delante que no tengo nada en contra de las razas de piel oscura, pero viviendo en una ciudad anglocéntrica aquello era un defecto.
Así fue todo en ese periodo, la adolescencia, un desconocimiento total del cortejo. Era como un albatros que no sabía esgrimir. Tardé en darme cuenta en que tenía que realizar una acción, una acción llamada seducción. Él y yo caímos por una pendiente.
En cada noche, en cada despertar, en cada soledad o en cada baño me aterraba la testosterona como un mal viaje de psicotrópicos, solo podía aliviarme (a ratos) una eyaculación o un ansiolítico. Él me exigía que desarrolle una forma de ser, me lo exigía punzándome con más testosterona. Él no quería una imagen mental o una imagen visual, tampoco quería el orgasmo como principio, lo quería como un fin. La estaba pasando muy mal, me era imposible llegar a la cama con alguien.
Las veces que me refugiaba, me intimidaban las rarezas que se habían edificado ahí dentro, esculturas de miradas, de sonrisas y de voluptuosidades humanas aparentemente de cera de diez y veinte metros aproximadamente. Al finalizar cada sesión de onanismo sentía que algo me apretaba el pecho, como era un dolor, naturalmente iba enseguida a esconderme en su seno, y al observar me di cuenta que habían más de esas esculturas, muchas más.
Los papeles se invirtieron, él empezó a necesitarme más a mí que yo a él. Llegó a saturarse de lo que mi imaginación había desecho. Me estaba apretando el pecho mucho más que nunca. Lo que él quería era comunicarme lo siguiente: Yo te inhibo ese dolor amigo, pero tú tienes que espabilar, necesito placer. Es muy importante que entiendas que no solo con la masturbación, quiero cuerpos.
El peso de su ansiedad me estaba aplastando, su depresión pesaba más que su misma existencia, inherente a la mía. Él no tenía la capacidad de solucionar nada, el del cuerpo físico era yo. Yo era el único puente entre el placer y él, lo que lo aliviaría y lo que me descargaría de su peso.
Compré vídeos de referentes masculinos los cuales sentía atracción, lo tomé como un indicador para confiar que a las personas que me darían placer les atraerían de igual manera. Los referentes que conseguí fueron Dave Gahan, Sandro, Jinsop Ho, Gustavo Cerati, Charly García, Camarón, Paco de Lucía, Robert Plant, Prince, George Michael, Fad Gadget, Marlon Brando y Alain Delon. Vi los vídeos, observé de ellos todas sus cualidades no verbales, miradas, sonrisas, poses. Practicaba imitándolos todos los días frente al espejo, para lograr ser la amalgama de todos esos hombres especiales. Lo hice por cuatro semanas.
Las primeras veces que apliqué esas cualidades, nunca dieron resultado, no fui a la cama con ningún ser humano que busqué o que asedié. Terminaba teniendo relaciones sentimentales con la primera persona que accedía acostarse conmigo, relaciones que por lo general se tornaban toxicas y terminaban dejándome traumas psicológicos y pequeños daños irreversibles al sistema nervioso. No necesitábamos eso. En vez de haber obtenido placer, nos afectamos de mala manera la autoestima. Tenía que ser prosaico. No podía siempre caer en el amor romántico, ese error era mío y no de él. Yo no era capaz de contenerme, de algún modo había llegado hasta a la adultez con la idea monógama de tener un matrimonio feliz, él detestaba eso e interfería desamparándome de los golpes, los cuales no tenía ni idea de cómo lidiar, casi no los había conocido.
Al final desistí y cada vez que me acercaba a un ser, era consciente de que tenía que evitar cualquier iniciación de una relación seria. No me acostaba con nadie pero tampoco me enamoraba de nadie. Pero ese no era el convenio. Debía acostarme con personas y la seducción no verbal de los referentes masculinos no era suficiente. Algo no había aprendido. Volví a los videos.
Algo se me había pasado por alto, y era el atuendo. Como es de apreciar psicológicamente yo era una persona con temperamento melancólico incapaz de llegar al éxito empresarial o de servir en un lugar en el que me paguen el dinero suficiente para tener esos pantalones Levi’s que muchas veces admiraba tras el escaparate y pensaba lo bien que me quedarían. Los atuendos que tenía en el armario eran de poliéster y de estampado muy mala calidad que no ceñían estéticamente a mi contextura asténica.
Preparé una vestimenta adecuada que potencie el talante que pretendía construir. Necesitaba ser muy ingenioso, ponerle mucha cabeza para crear una propuesta visual diferente. Con el pasar del tiempo fui aprendiendo. Él empezó a ser feliz nuevamente como en los primeros años.
El teléfono volvió a sonar, era Jorge que me estaba llamando nuevamente Loco, ya estoy de camino, ¿¿¿estás lista???, No broder, justo he salido de la ducha, voy a vestirme, Bacán, estoy ahí en quince minutos, Perfecto, ya nos vemos.
Me puse una camisa leñador de color rojo y un jean skinny negro. Los zapatos, solo tenía dos pares disponibles, unos negros de cuero y uno deportivos. Me decidí por los negros porque quería ese aire sadomasoquista que el cuero otorga.
Me apliqué gel. Modelé mi cabellera con diferentes peinados que se me ocurrían, ninguno me agradaba. Hace días había visto el documental 101 de Depeche Mode y me atrajo el peinado que llevaba Alan Wilder en ese concierto, aquel peinado era el que trataba de lograr, lo intenté hasta que me quedó algo parecido.
Fui al espejo del baño, encendí las luces halógenas y éstas apuntaban directo a mi cabeza. Mi cabello es muy fino y no es tupido, por lo que cuando me apliqué el gel y me peiné con los dedos (al estilo Alan Wilder) el cuero cabelludo se me notaba demasiado. Para solucionarlo utilicé un peine de púas estrechas, de esa manera las hebras de pelo se juntan mucho más e impiden que la luz no traspase e ilumine el cuero cabelludo. Sin embargo, no me dejé el cabello como si me hubiera peinado con brillantina indeleblemente con ese mismo peine. Cuidadosamente con los dedos le di a mi cabello cierta soltura, cierta asimetría que es el quid de aquel estilo. Ya estaba casi listo.
Con el pasar de los años adquirí más experiencia y empecé a darle mucha importancia a estimular el sentido del olfato. Se trata del ente integrador de todo, el perfume. Una persona cuando sale en búsqueda de saciar sus placeres por la noche, su piel tiene que emanar un aroma el cual lo puedan olfatear y excitar. Un perfume efectivo debe integrar todas las cualidades adquiridas de los grandes referentes de la seducción. Tras haber gastado algunos frascos durante años, descubrí un aroma que en verdad me facilitaba mucho el trabajo. Las notas de salida eran naranja, lima, mandarina, jazmín, bergamota, limón y neroli; las de corazón eran ciclamen, nuez moscada, reseda, cilantro, violeta, fresia, notas marinas, durazno, jacinto, rosa, jazmín, romero y calone; y las de fondo eran ámbar, pachulí, musgo de roble, cedro y almizcle blanco. Un efecto "feromonal" provocaba la mezcla de este perfume y mi sudor, tenía a todos mis amigos rozándome impregnándose mi aroma en su piel y en sus prendas.
Me puse el desodorante, uno en barra para no afectar al medio ambiente. Ya estaba listo.
Andrés Eduardo
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