Mal día

Ayer jugué un partido más de fútbol, en mi vida; nada extraordinario en cuanto al desarrollo del partido. Por ese lado todo sin ningún detalle que merezca ser detallado. Pero mis problemas no surgieron por lo meramente futbolístico, sino por lo estrictamente humano, lo relacionado a las competencias del cerebro humano. 
Dentro de mi equipo, como compañero, tuve a un individuo que se quejaba de todo lo que sucedía en el campo de juego (si se le podía aún llamar así). Se quejaba por un mal pase o por alguna falta de intensidad en la marca; se lo tomaba patológicamente en serio. 
Ayer no estaba en condiciones emocionales ni físicas para jugar un partido de fútbol con exigencias altas y con tensión emocional. Más bien, tenía ganas de jugar un partido amistoso con gente que, al igual que yo, viene a desconectar de las vicisitudes del día a día, es decir, a hacer ejercicio, generar endorfinas, purgar por medio del sudor las toxinas, etc. Ser feliz. 
Pero este individuo, al parecer, lo que venía a liberar no solo eran vicisitudes diarias. Lo entiendo, cuando mi madre se estaba muriendo por el cáncer, cuando me despidieron del trabajo, cuando por ahí me faltaba dinero o tenía un conflicto familiar, también me desquitaba en la cancha echándole mierda a la gente, haciendo un foul con fuerza desmedida… 
Llevo algunos años en esto y reconozco esta particularidad. Sin embargo, tengo una edad en la que ya no aguanto que nadie —al menos personas de edad inferior a la mía— me grite; por lo que le respondía sus malas formas con malas formas, me transforme en un espejo. Fuimos la misma persona echando secreciones emocionales apretando la llave del grifo con mucha presión pàra que no se pudiera cerrar. 
Para colmo, para agregar más velas en este entierro, en un intento de pisar la pelota en conducción, me resbalé y caí dándome un golpe seco y fuerte en el coxis, con rebote de la mano derecha contra el suelo macizo de cemento. No me pude mover por unos segundos, tuve una sensación parecida a lo que me imagino debe de ser la epidural. Me levante, mi moral deportiva, mi sentido agonístico me lleva a competir en circunstancias insulsas que no tienen trascendencia ni para mí ni para la humanidad, pero tengo que seguir como un combatiente mutilado que ya no le importa su cuerpo sino la victoria colectiva. 
Entonces, cuando me levanté, expresé verbalmente que todo estaba bien, Estoy bien, dije, y seguí corriendo midiendo a través del pensamiento el grado de afectación de la caída en mi cuerpo, como si fuese Robocop ejecutando una diagnosis que aparece literalmente con palabras y números en mi campo visual. 
Después de unos minutos, estaba bien. La caída solo me había hecho unas manchas de sangre en la camiseta de la selección de Ecuador que llevaba puesta. Otro compañero de mi equipo, digamos que un sujeto normal, me hizo un pase al vacío el cual tuve unos segundos para llegar sin marca alguna. Le metí un patazo a la pelota para meterla con categoría en el arco. No fue así. La pelota estaba clavada en el suelo o pesaba cien kilos. Pifié esa pelota y por detrás escuchaba la queja de este compañero (no el del pase, sino el anterior) algo así como diciendo: Qué mierda… Inmediatamente le grité ¡Cállate la puta boca! … 
La lesión del psoas, que la llevo desde el año pasado, se estaba expresando en su nivel más alto. Hice la diagnosis y el ordenador me soltó una advertencia con un pitido de alarma, el campo visual se me iba como si desconectase la antena un televisor encendido y puesto a sintonizar. Sin embargo, seguí. Nos gritamos un par o tres ocasiones más y terminó el partido, perdimos por un gol. 
Tomé el coche y regresé a casa con la muñeca, la espalda y el psoas adoloridos. Afortunadamente, llegué bien pero en frío — ya en casa, todos y todas lo sabemos— que el dolor renace y alcanza su máximo nivel. Fue una noche de no encontrar la postura adecuada para lograr el sueño profundo, al día siguiente tenía que trabajar. 
Hoy por la mañana, no me podía mover, estaba incapacitado para efectuar mi trabajo de conserje, limpiador, mantenedor, vigilante del edificio; pero me había llevado el movil de la conserjería y también me llevé las llaves del cuarto de limpieza, por lo que tenía que regresar a dejarlos. Conduje hasta el edificio, son unos cuarenta kilómetros desde mi casa, a dejar el móvil y las llaves. 
Enseguida me fui al hospital, me hicieron radiografías en la cadera, en la mano y en el coxis, afortunadamente no me había fracturado por la caída. ¿Y lo del tendón? Una tendinitis. me supieron explicar. Me fui con un informe médico que entre lo que declaraba yo y lo que declaraba el médico de urgencias había una desconexión importante. 
La siguiente parada era el Centro de Salud donde mi médico de cabecera para que me diera la baja. Me otorgó la baja sin necesidad de hacer un relato barroco de mi mal, y me fui. Empezaba a hacer calor, un calor nuevo que desde hace meses no sentía, un indicio del principio de la primavera, me saqué el jersey y me quedé en camiseta, cojeando a velocidad lenta, llegué al coche que lo había dejado aparcado a unos diez minutos caminando porque no habían sitios para aparcar más cerca. 
Quería ir a mi casa a descansar de la intensidad atípica de esta mañana, me puse las gafas Ray Ban Clubmasters no polarizadas de grado tres de protección solar que adquirí a precio irrisorio en Wallapop, se las compré a una mujer de buen corazón; cuando entraba en el garaje — un garaje de paredes bicolor, estrecho, de interminable número de pilares— bajaba por una curva levemente descendente, al girar el volante la muñeca me emitía un dolor al sistema nervioso, logré hacer la curva, pasó el morro, ya iba a salir victorioso cuando escuché un sonido parecido al arrancar una página de un libro, poseído de cólera; había pegado mucho el lateral al pilar. Las lágrimas se me salían una después de la otra, alternando mis ojos, primero en el derecho y luego en el izquierdo, rebotaban en mi mejilla y morían filtradas en la tela de mi pantalón. Aparqué. 
No sé que hubiera preferido, haberme fracturado y que lo cubra la Seguridad Social o tener que pagar la rotura en la chapa del coche. No sé tampoco si es mejor estár bien y la rotura de la chapa, que las cosas que no sucedieron. Por ejemplo, que se haya puesto en marcha una guerra nuclear.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me alegro de que todavía no haya estallado la guerra nuclear. Me apena tu malestar físico y el remate del coche pero… al menos ha quedado sublimado en un cuento. El “al menos” no deja de parecerme un poco ofensivo, después de todo.