Después del estruendo


Un halo de pereza como fuerza magnética
me empuja los pensamientos metálicos
los incrustan entre el cráneo y el cerebro,
entonces la ignorancia que padezco
es la que padece el empleado hacia el confort
que me inculcó la televisión estadounidense.

Estoy en el maniqueísmo
entre las bondades de lo importado
o de lo que nunca se podrá exportar
y las malevolencias del exceso
o las de la extrema carencia.

El piloto automático de lo autodestructivo
está activado.
Cuánto quisiera yo, como todo el mundo quisiera,
supongo
limpiar algunas hectáreas de escombros del cerebro,
prejuicios que ahora generan malos pensamientos
en contra de objetos inocentes
objetos que nos miran perplejos diciendo a la vez:
¿Y éste? Hasta qué hora me mira… quiero irme.
El objeto siente que si se mueve provocaría nuestro enojo
como lo hacen esos perros dementes
que limitan el tránsito en las aceras.

La vida es un velorio hasta que la muerte
impide que se te pierdan las cosas, los seres y hasta uno mismo,
pero pensar demasiado es una mala decisión
en estos tiempos neoliberales que desdeñan el suicidio.

¡Ay, Lizardo querido!
si feliz muerte conseguir esperas,
es justo que advertido,
pues naciste una vez, dos veces mueras.
Así las plantas, frutos y aves lo hacen:
dos veces mueren y una sola nacen

Nacer es empezar a morir, desde la célula
desde el pulmón intoxicado de oxígeno intoxicado
desde el fruto intoxicado de agua intoxicada y semillas
genéticamente creadas para nutrir la obesidad de los países
que se admiran en escenarios cinematográficos

o en flashes informativos de algún magnicidio.

foto de Eduardo Jaime

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